Es que ya no lloraba por él, lloraba por ella...
Ay! pobre niñita infeliz, pobres de todos quiénes quisieran a la vieja ella porque ya no iban a volver a verla jamás, le era difícil vivir con su nueva ella, le era difícil vivir con el peso de que le habían quitado algo que ni sabía que tenía hasta el momento en que ya no lo tuvo más...
Si alguna vez le preguntaran cuál era su verbo favorito ella hubiera dicho: Llorar. era lo que mejor sabía hacer, y aunque no se sintiera orgullosa de ello, eso era lo que la definía y no podía negarlo.
Se escogen días favoritos de la semana, para vestirse de rosa, para ir al cine, para comer la comida favorita, o para bailar, el viernes era el día, el día que entre ella y sus ojos en un acuerdo tácito escogieron para la tristeza, para llorar.
La semana transcurría llena de afanes, y labores, apenas había espacio para recordar que alguna vez se había sentido tan infeliz, pero no había tiempo para ello. Pero el viernes llegaba y desde que abría los ojos en cama se sentía con animo de viernes, sin alientos, melancólica, nisiquiera el sol por la ventana lograba animarla, y efectivamente, los viernes...siempre le daban un motivo para llorar. Era como si los viernes el tiempo se congelara, y los días no hubieran pasado para mitigarle un poquitito el dolor, sentía todo el peso de la desilusión en el cuerpo. "Pobres ojitos míos lo que les toca ver" y lloraban, y ella lloraba por ella, por ellos, que se sentían tan tristes y ella no podía hacer nada, por ella, por ellos para consolarlos.
Ya estaba hastiada de palabras no quería que la hicieran sentir mejor, no podían lograrlo igualmente. Estaba harta de palabras, porque palabras eran precisamente las que la habían hecho llegar hasta ese punto...quería silencio, ciego, sordo, mudo, muerto, solo. Silencio...igualmente el ruido le provenía desde adentro.
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