martes, 18 de septiembre de 2012

Desire.


“Escribe sobre mi” fueron las últimas palabras que me dijo mirándome a los ojos empañados por lágrimas con la cara arrebolada y con la atmósfera de sexo que aún estaba entre nosotros. Creyó; talvez que era lo único que podía hacer por ella después de haberla amado tan poco, después de haberla amado nada, después de que le dije que jamás lograría enamorarme de ella.

Solo deseaba su cuerpo, jamás su alma, aunque era mía, era ella quién gritaba cada vez que yo la hacía gemir de placer, cada vez que me inundaba entre sus piernas, pero yo la ignoraba, deseaba su cuerpo, y lo que me hacía sentir, deseaba que me hablara sucio, y que se comportara como tal; mejor aún que no hablara. Cada vez que le miraba solo deseaba tenerla sin ropa para poseerla, pero su corazón infantil creía que mi mirada era porque la amaba como ella a mí. No sabía como hacer para que ella no me quisiera tanto, ni ella tampoco.

Muchas veces intentamos alejarnos, entre lágrimas suyas, entre mentiras que yo le decía para que no se sintiera tan mal, tan, porque mal se sentía desde el día en que se enamoró de mi, desde la primera vez que me vio sonreír me dijo ella. Yo por el contrario también sentí algo desde que la vi, tenía deseos de follarla, con pasión, con violencia, con fuerza, pero sin amor, sin sentimientos, su amor entorpecía mi camino hasta su cuerpo, hasta su sexo.

Sin embargo, las mentiras, las verdades eran a medias, adrede le dejaba alguna palabra suelta, para que ella tuviera de donde agarrarse, un pequeño lazo de esperanza que la hiciera quedarse, para yo poder hacerlo, una, y otra, y otra vez más, hasta que en un ataque de orgullo; a ella le diera por querer alejarse de nuevo, volvería por mis verdades, por mis mentiras a medias, eso también lo sabía.

Lo que veía de ella cuando no la conocía era a una mujer fuerte, segura, seductora, toda ella era erotismo, la cadencia al caminar, el meneo de sus caderas, el tambalear de sus piernas, el viento jugando con su pelo, exhalaba erotismo, no podía dejar de mirarla, imaginaba su cuerpo caliente y agitado encima de mi, imaginaba su cara durante el orgasmo, imaginaba el sabor acido de su sexo, el olor de su piel a miel con marihuana. Ella en cambio, veía en mi insistencia al mirarla a un hombre que iba a quererla, veía ternura, veía amor.
Pero la verdad es que ella; era un ser frágil, me quería tanto que yo no podía quererla, la fragilidad solo enamora en las películas. Entonces le mentí, le mentí con la mirada desde el primer momento, y después le mentí de todas las formas que encontré porque el deseo de poseerla hasta matarla era más fuerte que yo. Cuando por fin pude hacerlo me volví adicto a ella, no, no a ella, a su cuerpo, a lo que tenía entre las piernas, porque no me importaba el resto de su humanidad, no me importaba si se sentía triste, o feliz, cual era su libro favorito, o porque no le gustaban los dulces que se veían lindos.
Me lo contó, y fingí prestarle atención, pero la verdad es que en esos momentos solo le veía la boca carnosa, y roja, moviéndose y me imaginaba todo lo que iba a hacerme con ella.


Ella también me deseaba, el deseo le provenía del amor que sentía por mi, era inmenso, eterno: como el Mar. Me hubiera dicho si alguna vez se lo hubiese preguntado, todo lo que concernía a mi era desbordado para ella, su amor, su deseo, su enfermedad, y su locura, no se medía en palabras, ni en sentires. Y los besos que me daba así fueran infinitos nunca le fueron suficientes como para no quererlos más.

Y eso; era lo que no la dejaba apartarse de mi, le daba placer como nadie nunca lo había hecho, aunque en el fondo sabía que nunca iba a darle amor. Su deseo actuaba por ella y me seducía como si fuera otra mujer quien me hablaba y me tocaba, teníamos sexo como dos locos, en los lugares más públicos, y a ella le gustaba, yo le hablaba sucio, la trataba como a una puta, porque eso quería que fuera, ella gemía y cuando llegaba al orgasmo, y a ese después donde todos los seres humanos somos tristes por unos instantes. Volvía la mujer enamorada, y entonces se daba cuenta que por más deseo que hubiera de mi parte jamás iba a amarla, y lloraba, y me reprochaba, y se sentía sucia, y se sentía puta, sin serlo. Y me odiaba por haberla rebajado de su status de mujer, por haberme olvidado que pensaba, que sentía, que no solo sentía placer, que me amaba, que quería que la cuidara, que la extrañara. No lo logré, no me interesó lograrlo desde el primer momento en que la vi.

Ella me odia, porque me amó, porque la dejé vacía, rota.

Yo en cambio nunca pude amarle, ni en otra vida lo haría, para mi es una mujer por la que no puedo sentir amor, solo los más bajos instintos, solo carne. No la amo, pero este deseo por ella no me abandona, no se me sale del cuerpo, no la amo; pero nunca olvidaré su cuerpo, y siempre me oleré los dedos creyendo que aún conservan el olor a su sexo.

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