
“Escribe
sobre mi” fueron las últimas palabras que me dijo mirándome a
los ojos empañados por lágrimas con la cara arrebolada y con la
atmósfera de sexo que aún estaba entre nosotros. Creyó; talvez
que era lo único que podía hacer por ella después de haberla amado
tan poco, después de haberla amado nada, después de que le dije que
jamás lograría enamorarme de ella.
Solo
deseaba su cuerpo, jamás su alma, aunque era mía, era ella quién
gritaba cada vez que yo la hacía gemir de placer, cada vez que me
inundaba entre sus piernas, pero yo la ignoraba, deseaba su cuerpo, y
lo que me hacía sentir, deseaba que me hablara sucio, y que se
comportara como tal; mejor aún que no hablara. Cada vez que le
miraba solo deseaba tenerla sin ropa para poseerla, pero su corazón
infantil creía que mi mirada era porque la amaba como ella a mí. No
sabía como hacer para que ella no me quisiera tanto, ni ella
tampoco.
Muchas
veces intentamos alejarnos, entre lágrimas suyas, entre mentiras que
yo le decía para que no se sintiera tan mal, tan, porque mal se
sentía desde el día en que se enamoró de mi, desde la primera vez
que me vio sonreír me dijo ella. Yo por el contrario también sentí
algo desde que la vi, tenía deseos de follarla, con pasión, con
violencia, con fuerza, pero sin amor, sin sentimientos, su amor
entorpecía mi camino hasta su cuerpo, hasta su sexo.
Sin
embargo, las mentiras, las verdades eran a medias, adrede le dejaba
alguna palabra suelta, para que ella tuviera de donde agarrarse, un
pequeño lazo de esperanza que la hiciera quedarse, para yo poder
hacerlo, una, y otra, y otra vez más, hasta que en un ataque de
orgullo; a ella le diera por querer alejarse de nuevo, volvería por
mis verdades, por mis mentiras a medias, eso también lo sabía.
Lo
que veía de ella cuando no la conocía era a una mujer fuerte,
segura, seductora, toda ella era erotismo, la cadencia al caminar, el
meneo de sus caderas, el tambalear de sus piernas, el viento jugando
con su pelo, exhalaba erotismo, no podía dejar de mirarla, imaginaba
su cuerpo caliente y agitado encima de mi, imaginaba su cara durante
el orgasmo, imaginaba el sabor acido de su sexo, el olor de su piel a
miel con marihuana. Ella en cambio, veía en mi insistencia al
mirarla a un hombre que iba a quererla, veía ternura, veía amor.
Pero
la verdad es que ella; era un ser frágil, me quería tanto que yo
no podía quererla, la fragilidad solo enamora en las películas.
Entonces le mentí, le mentí con la mirada desde el primer momento,
y después le mentí de todas las formas que encontré porque el
deseo de poseerla hasta matarla era más fuerte que yo. Cuando por
fin pude hacerlo me volví adicto a ella, no, no a ella, a su
cuerpo, a lo que tenía entre las piernas, porque no me importaba el
resto de su humanidad, no me importaba si se sentía triste, o feliz,
cual era su libro favorito, o porque no le gustaban los dulces que se
veían lindos.
Me
lo contó, y fingí prestarle atención, pero la verdad es que en
esos momentos solo le veía la boca carnosa, y roja, moviéndose y me
imaginaba todo lo que iba a hacerme con ella.
Ella
también me deseaba, el deseo le provenía del amor que sentía por
mi, era inmenso, eterno: como el Mar. Me hubiera dicho si alguna vez
se lo hubiese preguntado, todo lo que concernía a mi era desbordado
para ella, su amor, su deseo, su enfermedad, y su locura, no se medía
en palabras, ni en sentires. Y los besos que me daba así fueran
infinitos nunca le fueron suficientes como para no quererlos más.
Y
eso; era lo que no la dejaba apartarse de mi, le daba placer como
nadie nunca lo había hecho, aunque en el fondo sabía que nunca iba
a darle amor. Su deseo actuaba por ella y me seducía como si fuera
otra mujer quien me hablaba y me tocaba, teníamos sexo como dos
locos, en los lugares más públicos, y a ella le gustaba, yo le
hablaba sucio, la trataba como a una puta, porque eso quería que
fuera, ella gemía y cuando llegaba al orgasmo, y a ese después
donde todos los seres humanos somos tristes por unos instantes.
Volvía la mujer enamorada, y entonces se daba cuenta que por más
deseo que hubiera de mi parte jamás iba a amarla, y lloraba, y me
reprochaba, y se sentía sucia, y se sentía puta, sin serlo. Y me
odiaba por haberla rebajado de su status de mujer, por haberme
olvidado que pensaba, que sentía, que no solo sentía placer, que me
amaba, que quería que la cuidara, que la extrañara. No lo logré,
no me interesó lograrlo desde el primer momento en que la vi.
Ella
me odia, porque me amó, porque la dejé vacía, rota.
Yo
en cambio nunca pude amarle, ni en otra vida lo haría, para mi es
una mujer por la que no puedo sentir amor, solo los más bajos
instintos, solo carne. No la amo, pero este deseo por ella no me
abandona, no se me sale del cuerpo, no la amo; pero nunca olvidaré
su cuerpo, y siempre me oleré los dedos creyendo que aún conservan
el olor a su sexo.
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