sábado, 15 de septiembre de 2012

"Unos cuántos piquetitos"


Era hacia el año de 1935, cuando la grandiosa Frida Kahlo pintaba unos cuantos piquetitos, idea que surgió por una noticia de un hombre que borracho asesinó a su novia a puñaladas, la respuesta que dio a las autoridades fue “pero si solo fueron unos cuantos piquetitos” (habían sido 32 puñaladas).

Las circunstancias no eran más que una excusa para representar su catarsis, una versión disfrazada de lo apuñalada que se sentía por la vida como diría ella más tarde, más concretamente por el hecho de que su eterno amor Diego Rivera le engañara con Cristina su hermana favorita.

Puedo preguntarte algo? le preguntó con la voz entre cortada, con el corazón a mil, y con la esperanza secreta de recibir la respuesta equivocada.

Estás saliendo con ella? Él responde si. Frío, como el acero, certero, como una bala penetrando la fragilidad de la piel. Sin dudarlo, sin pensarlo.

Te gusta? Mucho. De nuevo su voz fría y lejana que se le antojó desconocida, le penetraba un poco más helándole la nuca, el pecho, y el alma. Sin embargo se convertía en un vicio, en un mal vicio, el masoquismo de querer saber más, de recibir la tristeza de un golpe definitivo, o cualquier comentario alentador de donde soportarse.

Y te gusta; como te gusté yo? No, me gusta mas. Ya estuvo, el golpe final. Muchos puñales entrando, muchas balas rompiendo a su paso sin compasión, cada palabra expulsada sin el más mínimo tacto, la boca hacía las veces de pístola actuando implacable sin la más mínima intensión de mitigar el dolor. Estaba helada, completamente helada. Pero no era el frío del ambiente, no sentía las piernas descubiertas, no sentía el viento de la noche en los brazos, el frío le venía de adentro. Era el alma gritando desolación, y entonces el seguía hablando apretando su gatillo más y más, lanzaba esas palabras que eran balas y mientras mas desangrada la veía entre el sabor de las lágrimas saladas y amargas, y el olor del sexo aún fresco, procedía a rematarla más, como si ese fuera su propósito de la noche.

También le dijo sin compasión, sin nisiquiera hacerlo sonar bonito y menos cruel que jamás había logrado enamorarse de ella. “Debe ser triste para ti” dijo y sonrío lleno de ironía ante sus sentimientos pueriles y jamás correspondidos. “Si, que yo jamás haya logrado sentir lo mismo por ti” Ella callaba, la desolación la dejaba sin palabras. Seguía abaleándola también ahí, viéndola tan vulnerable, con las pestañas empapadas en lágrimas, con el pelo mojado de las mismas, el le negaba toda humanidad, le negaba que tuviera un alma, y le trataba como a un cuerpo, a un cuerpo objeto del deseo, y nada más. Un cuerpo para penetrar hasta el cansancio y luego desechar, un cuerpo sin alma. Sin vida.

Así quedó esa noche de septiembre, entre árboles que antes habían sido complices de su deseo desenfrenado, ahora acogían su cuerpo inerte en vida, helado, lleno de fluidos que provenían de una u otra forma de él, o por él. Con miles de palabras infames, dichas de una forma más infame aún. Palabras que ella tendría en la mente el resto de sus días, porque ni con eso le ayudó, matándola de una vez para evitarle sufrimiento, y humillación. Dejándole los ojos aún abiertos para tener que seguir viéndole a la cara, a los ojos, a la sonrisa de la cual nunca fue ni será un motivo, y que tan claro se lo dejó.
Mi querida Frida no fue la única asesinada por la vida, ni por un mal amor.

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