martes, 18 de septiembre de 2012

Homenaje a L'amant Marguerite Duras.



Siempre he creído, y sentido en una fuerza cósmica, un elemento sobrenatural que se presenta al momento de escoger un libro, o de que un libro nos llegue a la vida por diferentes motivos del azar, ese, y no otro, ese entre muchos otros, ese en el momento, en la situación adecuada, para enseñarnos, o para mostrarnos que intemporal, universalmente no estamos solos en determinado sentimiento o situación que estemos atravesando.

Me llega entonces a las manos, y a los ojos este libro hermoso del cuál no puedo separarme, y si lo hago es porque los deberes del mundo real me llaman. De por si su autora me intriga, me fascina, aún sin conocer su obra por lo poco que he leído sobre ella, francesa, alcoholica, instintiva, caótica, y genio; varios adjetivos que me resultan deliciosos.

Una mujer bellisima en su juventud, y aún en sus años de adultez, seductora, perversa, tan egocéntrica y maravillosa a la vez que su obra no es más que ella misma traducida a las letras.

Entonces entre los muchos elementos deliciosos e inquietantes que me dejó este libro, que me llegó en el momento oportuno y me arrancó lágrimas, suspiros, que me revivió recuerdos, me quedo con su personificación de las cosas. Y es que a menudo hablamos de cosificar a las personas, de quitarles su humanidad y reducirlas a un objeto.
Pero nunca nos ponemos a pensar en el ejercicio contrario, que incluso me atrevería a decir lo empleamos más a menudo personalizar un objeto, dotarlo de alma, de vida, lo hemos hecho todos, incluso, lo han hecho quiénes critican a la banalidad, a la trivialidad.
Los objetos dejan de ser eso, un simple objeto cuando su sola existencia nos remite a algún sentimiento, los objetos son recuerdos, son olores, sabores, son situaciones que a diferencia de nosotros si han perdurado, si han logrado burlar al tiempo.
Entonces en el amante, aparece este acto, desde el comienzo, desde la misma razón de la creación del libro, unas fotografías. ¿qué son? Simple papel fotográfico con químicos, ajadas por los años, llenas de polvo. Pero dejan de ser esto cuando transportan a Marguerite en un viaje express por su memoria, cuando le permiten ver rostros que ya no existen, cuando le permiten revivirse a ella misma en su juventud, se ve, y siente como si lo viviera de nuevo, se ve en las fotos y siente así sea una ilusión que puede ser joven de nuevo.
Se evidencia todavía más con el sombrero, ese famoso sombrero palo de rosa de hombre, ese, y no otro que llegó a su cabeza por azares del destino, y que según ella misma lo dice, pareciese que haya sido el que la haya dotado de ese carácter de esa sensualidad mística que se le antojaba irresistible a los hombres, y por lo que no podía escapar a las miradas.

Un simple sombrero, viejo, ahora estaba dotando de cualidades a una persona, como decir entonces que es un simple objeto, si tan solo con existir tuvo la capacidad de alterar la vida a su dueña que si poseía vida.

Yo no podría concebir mi vida sin objetos, sin los objetos que la componen, me tacharán de banal, es probable, y tal vez tengan razón, no es mala una dosis de banalidad para la vida. Muchos objetos que me acompañan definen en parte lo que soy, me distinguen de los demás, me dotan de seguridad, y hasta me hacen creer que poseo cierto encanto como el sombrero de la pequeña Duras.


Otros por el contrario, están empapados de sentimiento, de recuerdos. Y son lo único que no me deja olvidar, pues la memoria me falla, pero un objeto es eterno, irónicamente más duradero que la humanidad misma, que las relaciones, y que los amores.

Un objeto es la prueba, cuando ya el tiempo hace pensar que nada existió, que todo fue producto de la imaginación. Mis objetos más preciados, me hacen recordar, me hacen revivir sentimientos que ya creía enterrados, me hacen volver a oír palabras, silencios, añorar, extrañar. Como si me transmite tanto, como negarle así sea un poquito de alma, la tiene, así sea que se haya quedado con la mitad de la mía. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario